domingo, 10 de marzo de 2013

Rio

Estas vacaciones fueron lindas por todo lo distinto y nuevo que viví.
Con el viaje en avión, vinieron nuevas experiencias: primera vez que salí del país en avión, primera vez que volé de noche, primera vez que fui al baño de un avión, primera vez que compré en un free shop.

Volví a Brasil después de 20 años: la primera, tenía 13, y tanto el mar como el idioma eran nuevos para mí. Este viaje me entusiasmaba entre otras cosas porque iba a poder hablar en portugués, idioma que odio, pero que estudié y que quiero perfeccionar y practicar.

Además del portugués y del castellano hablé los otros dos idiomas que sé. Fue lindo ver la expresión del alivio del italiano cuando le di unas indicaciones después de que ninguno de los empleados de la recepción del hotel entendieran qué quería decir dove posso mangiare? . Un tipo en la playa y una empleada del aeropuerto se dirigieron a mí en inglés. Se ve que no tengo cara ni de argentina ni de brasilera.

En cuanto a la comida/bebida soy muy quisquillosa y cuando me voy de vacaciones no salgo del pollo con papas, pero esta vez me animé a probar otras cosas: caipirinha, farofa, guaraná, Grapette sabor framboesa, banana frita, lenguado, arroz con brócolis con aceite de oliva. Nada de eso me gustó mucho, a excepción de la caipirinha, que no me gustó para nada.

Fue la primera vez que no me pude desconectar del todo porque llevé la BlackBerry. Compensamos con el hecho que 9/9 días hizo calor (mucho) y sol pleno, algo que tampoco me había pasado nunca.

Y qué decir de Río de Janeiro, hasta ahora el lugar más lejos de mi casa donde he estado. Nunca me imaginé que alguna vez iba a estar ahí, no porque fuera inalcanzable, sino porque no me interesaba. Antes de viajar leí, vi fotos, investigué qué se podía hacer, y las opciones eran interminables. Me quedé con ganas de conocer muchas cosas, pero no sé si volvería, fundamentalmente porque no soporto a los brasileros; sin embargo, todo el tiempo me topaba con cosas que me hacían pensar "qué ciudad maravillosa". 

Y no podía no visitar una de las 7 nuevas maravillas del mundo.

domingo, 3 de marzo de 2013

Cómo superé el miedo a volar



La primera vez que viajé en avión tenía 4 meses. Pero esa no cuenta. Así que digamos que la primera vez que viajé en avión tenía 20 años. No tenía nada de miedo y no entendía por qué otras personas lo tenían, ya que era un medio de transporte como cualquier otro. Viajé por Lapa 4 meses después del accidente y tampoco eso me asustaba (pensaba que las probabilidades de que hubiera otro accidente eran bajísimas). El trayecto era Córdoba-Buenos Aires-Villa Gesell y de vuelta. Los primeros minutos venían bien, pero en un momento me asusté con las turbulencias, y la sensación de vacío en el estómago cuando el avión pierde altura no me gustó para nada. Llegamos a Aeroparque y fui directo al baño. Ahí entendí la expresión "estar cagado". Los restantes tres vuelos fueron tranquilísimos pero yo estaba tensa como una cuerda a punto de cortarse.

Desde ese momento, cada vez que me imaginaba arriba de un avión, me mataban los nervios. Creo que los viajes importantes que iba a hacer y que no se dieron (a Italia con mi hermana, a Colombia con el coro) fueron boicoteados mentalmente por mí para no tener que viajar en avión. Dos veces me regalaron viajes dentro de Argentina que no acepté. Todas mis vacaciones fueron planeadas por acá cerca, y el viaje a Inglaterra nunca llegaba porque "no tengo plata", "no tengo tiempo", "no tengo con quien ir". Mentira. Excusas.

Pensaba que la solución iba a llegar mágicamente, que cuando alguien me pusiera en la mano un pasaje a Londres no iba a poder decir que no y de alguna manera lo iba a superar. Mientras tanto, seguía pasando el tiempo y me moría de bronca al ver cómo mis conocidos viajaban por todas partes.

Un día decidí a hacer terapia, pero el psicólogo se enfocó en otros asuntos y no en mi fobia. Terminó diciembre y decidí abandonar porque nada había cambiado.

Empecé a buscar destino para mis vacaciones. La patagonia era mi intención, pero mientras averiguaba, mi cuerpo me decía "tengo ganas de andar al sol con poca ropa". Ir a Brasil por tierra no me entusiasmaba mucho, pero en avión no iba a ir ni loca. No estaba preparada. El verano siguiente capaz que sí, luego de haber cambiado de terapeuta.

Una tarde, mientras hacía tatetí entre Bariloche, Mar del Plata y Florianópolis, mi mamá me preguntó "¿no querés venir con nosotros a Río de Janeiro?". "Bueno", le dije. Sin pensarlo, sin resistirme. No sabía cómo iba a hacer, pero tampoco tenía miedo. Todavía no entiendo cómo fue que pasó eso, algo que hasta hace poco habría resultado imposible para mí.

Una vez que tuve los pasajes en la mano, fue todo más real. La primera noche no dormí. Si bien estaba bastante más tranquila que lo que habría estado un año antes en la misma situación, cada tanto me imaginaba la sensación de estar volando y se me cerraba el estómago. En ese mes y pico hasta que viajé, eché mano de todos los recursos posibles para tranquilizarme (muchos, si alguno está interesado me avisa y le cuento), porque pasaban por mi cabeza las imágenes más horrendas que se les puedan ocurrir. Llegué al día bastante serena.

Sabía que me iba a tomar un Rivotril pero tenía miedo de que el miedo (valga la redundancia) allá arriba fuera tan grande que no me hiciera efecto. Cuando estábamos caminando hasta el avión (re tercer mundo eso de caminar por la pista) mi papá me preguntó si me sacaba una foto y casi me largo a llorar. Mientras me sentaba pensaba "¿¿Qué carajo hago acá?? No puedo hacer la boludez de bajarme. AAAAHHHH". Dicen que tenía cara de loca, pero despegó el avión y no lloré ni grité. Me puse a hablar con mi papá de lo que había estado leyendo acerca de cómo vuelan los aviones, me fui calmando, cerré los ojos, me imaginaba que iba viajando en colectivo, miré San Pablo desde arriba, saqué fotos, filmé. A punto de aterrizar el avión volvió a levantar vuelo porque no sé qué problema había en la pista, y no se me movió un pelo. Segundo vuelo, ya me senté del lado de la ventanilla. Fui al baño, me peiné, me dije que estaba volando a no sé cuántos metros del suelo pero no me asusté y me seguí peinando. Nada de imágenes horrendas ni pensamientos negativos. A la vuelta, mínimos nervios, los mismos que tendría si tuviera que hacer un viaje largo en auto. Me obligaron a tomarme la pastilla antes, pero fue mejor porque estaba super tranquila ya desde el despegue, y hubiera dormido si no fuera por el frió, la incomodidad de los asientos o la rompepelotez de las azafatas.

"Lo hicimos", me dijo mi papá cuando llegamos. Es que a lo largo de los años me insistieron tanto para que me animara, que al final fue un triunfo de todos.

Ahora quiero viajar de nuevo. Yo que creía que la terapia no había funcionado.

Y puedo tachar de la lista una de las cosas que esperaba hacer este año.