lunes, 7 de julio de 2008

Playing truant

Nunca entendí el sentido de "hacerse la chupina" ("la rata" o "la rabona" en otras ciudades de Argentina, "hacer novillos" en España): hacer como que vas al colegio pero no ir para quedarse dando vueltas por ahí.

O sea, te levantás a las 6.30 de la mañana (yo entraba a las 7.20, ¡ay!), te ponés ese uniforme horrible, te llevás la mochila a cuestas, ¿y te vas a otro lado? ¿No sería más cómodo pedirle permiso a tu mamá para que una vez cada tanto te deje faltar al colegio, así te podés quedar en cama calentito hasta las 11, y después si querés salir a pasear? O aunque sea fingir un dolor de panza, para tener una excusa mejor que "no tengo ganas de ir hoy".

Digo que no le encuentro sentido por la simple razón de que, para mí, lo malo de ir al colegio no era el colegio en sí (que hasta me gustaba), sino el levantarme temprano. Además, si hubiera querido hacerlo, no habría podido: mi papá me llevaba en auto todos los días hasta la puerta. No tenía cómo escaparme. Y tampoco habría tenido compañía para vagabundear: mis compañeras también adoraban ir al colegio.

A los 15 años intenté participar de una "chupina colectiva". Casi al lado del instituto donde estudiaba inglés inauguraron un shopping (Patio Olmos para los que lo conocen). Mis compañeros pensaron que era buena idea faltar a clases para ir a conocer y tomar algo. No muy convencida, acepté ir con ellos. Dimos una vuelta y nos sentamos en el patio de comidas. Pero a mí me agarró el cargo de conciencia pensando en la pobre teacher sola en el aula, así que me fui, prometiéndoles a los demás que no iba a decir nada.

Salí del shopping y vi a la profe en la puerta del instituto. Cuando estaba mirando hacia su izquierda crucé rápido la calle para despistar, y cuando giró hacia su derecha me vio venir caminando desde la vereda del frente. Con mi cara más inocente pregunté qué había pasado, y me contestó que estaba preocupada porque no había llegado nadie. En fin, me dio clase a mí sola, y a la semana siguiente dijo que se había sentido mal pero que ponía las manos en el fuego por todos sus alumnos, que estaba segura de que no habían hecho nada raro. En ese momento nos dio pena, pero ahora que lo pienso creo que lo dijo a propósito para hacerlos sentir mal.

Unos meses más tarde, llegamos y nos enteramos de que ese día tendríamos suplente, así que nos quedamos en la vereda deliberando qué hacer. Cada vez nos alejábamos un pasito del instituto y nos acercábamos un pasito al shopping. En eso sale la suplente, y nos hacíamos los tontos mirando para otro lado, hasta que nos empezó a llamar "chicos, chicos, entren!", tras lo cual empezamos a correr (imagínense, teníamos entre 13 y 16 años, éramos grandes para hacer eso). Yo y dos más decidimos volver, y le dijimos a la vieja que en realidad nosotros habíamos corrido para tratar de atrapar a los que se estaban escapando (repito, éramos grandes ya).

Ya en la universidad tuve más libertad para no ir si no quería, pero cada vez que faltaba a una clase me quedaba mal, pensando que debería haber ido, sin disfrutar del placer que es quedarse un día en casa.

No hay comentarios: